Como mi perro Maltipoo Consiguió enamorarme

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Como siempre, Clara andaba con prisas. De aquí para allá, de allá para aquí, sin tiempo para nada.

Pero era más que necesario salir de compras con sus dos hijos pequeños mellizos, Lucas y Elena.

Tenía un montón de trabajo atrasado, un sinfín de apuntes en su herramienta digital de citas que, por cierto, cada cierto tiempo sonaba para recordarle que estaba llegando tarde a otra.

Pero necesitaban zapatos y un sinfín de cosas que les han pedido en el colegio. Como siempre, los niños dicen lo que necesitan a última hora, casi sin tiempo de reaccionar.

Se armó de paciencia porque realmente había que hacerlo cuando salía a la calle con sus más que amados mellizos.

Observó que los mellizos no avanzaban. Que se habían quedado como petrificados delante de una gran escaparate.

-“¡¡Vamos. Que voy a llegar tarde!!”, les espetó mientras estiraba de sus manitas. Pareció, por un momento que les iba a arrancar de cuajo sus pequeñas muñecas.

Nada. No hubo manera. Se asemejaban a dos árboles que habían echado raíces en una de las calles más populares y comerciales de Valencia.

Sus miradas estaban clavadas en un punto de ese escaparate. Se acercó con semblante de “mamá muy enfadada”, dispuesta a reñirles porque no avanzaban.

Lo entendió de inmediato.

Petrificados por un cuerpo diminuto

Mujer joven con un maltipoo de pelaje claro sentada en una silla. El cachorro muestra una expresión calmada y tierna.

Los ojos de sus hijos estaban clavados en un cuerpo diminuto, rojizo y rizado que podría llegar a pesar, a lo sumo, 4 kilos.

Pero era imposible no quedarse petrificado cuando los ojos cruzaban el cristal del escaparate y se posaban en los de ese cuerpo que, en un principio, no sabía identificar.

Fue un impulso que pudo más que todas las aplicaciones que le recordaban una y otra vez que tenía tareas pendientes, que ya había anulado varias citas y que,  desde luego, no iba a ser puntual en ninguna.

Cruzó con paso ligero la puerta de la tienda. Se fue directa a su responsable y, sin esperar siquiera a que notara su presencia, le “disparó” una pregunta:

-“¿Es un Maltipoo lo que estamos viendo?”

-Sí, contestó el dueño de la tienda.

Los miedos de Clara

Mujer joven sonriente sosteniendo un cachorro de maltipoo blanco en una terraza al aire libre. El maltipoo tiene un pelaje esponjoso y claro.

Era una mujer que se había hecho a sí misma. Gozaba de una gran reputación y prestigio tanto dentro de su empresa como en el sector en general.

Pero mantener esta reputación conllevaba no tener tiempo ni para ella misma. Y mucho menos para cuidar de un perro.

Mientras el dueño de la tienda le iba explicando todas las características de un Maltipoo, Clara hizo un “flashback”.

Recordó el pequeño apartamento en el que vivía con sus padres. Un espacio muy reducido. Imposible tener un perro. Ese era el argumento que le daban sus padres cada vez que ella reclamaba la presencia de una mascota.

Por mucho que indicara que quería un perro de pequeño tamaño, inteligente y capaz de adaptarse a cualquier espacio, sus padres siempre le dieron un “no tajante” por respuesta.

Un deseo que se postponía una y otra vez

Mujer mayor sonriente abrazando un maltipoo de pelaje claro en un sofá blanco. El cachorro parece estar disfrutando de la compañía.

Más tarde, una vez accedió a la Universidad, se fue a vivir a una residencia de estudiantes durante el primer año. Una residencia que en su entrada ponía bien a las clara que no se admitían ningún tipo de mascotas.

Fue una de las primeras condiciones de sus padres: “O vives al menos durante un año en esta residencia de estudiantes o no hay carrera”.

La residencia de estudiantes, no obstante, tuvo su parte positiva. Conoció a sus amigas. A sus mejores amigas, con las que todavía mantiene el contacto. Con ellas se fue a vivir a un piso de estudiantes.

Pero este piso tampoco reunía las condiciones necesarias para tener un perro, a pesar de que todas eran amantes de los animales, incluso Lucía, aun con su  alergia al pelo de los perros.

Y ahora, con sus mellizos, con su trabajo… Lo cierto es que no había vuelto a pensar en la posibilidad de tener una mascota.

Mucho menos desde que su padre, con movilidad reducida, se fue a vivir con todos ellos.

Volvió a prestarle atención al dueño de la mascota. Estaba comentándole que una Maltipoo es el indicado para aquellas personas que padecen alergia al pelo de los perros porque produce muy poca caspa.

Se acordó de su amiga Lucía y se propuso contarle lo que acababa de oír. Era la oportunidad de que ella también tuviese un perro en casa.

Le indicó también que son, además de muy inteligentes, muy cariñosos y que cuidan de las personas.

El Maltipoo se integra en la dinámica familiar

No le hicieron falta más explicaciones. Tampoco consultó con nadie más. Decidió llevárselo a casa.

Solo faltaba un pequeño detalle. Ponerle un nombre. Eso ya lo dejó para una reunión familiar en el que decidirían cómo iban a llamarle.

Desde un primer instante, el Maltipoo se integró en la dinámica familiar.

Tenía una energía capaz de “movilizar” a toda la familia para salir a caminar y fue sin duda un aspecto muy positivo porque los paseos diarios se convirtieron en un punto de reunión familiar.

Una reunión familiar que ayudaba a Clara a hacer ejercicio, que lo tenía abandonado a pesar d de los consejos de su médicos, y a aliviar su estrés, “por las nubes” debido a su trabajo.

Fue sorprendente observar como el padre de Clara encontró consuelo y compañía con el Maltipoo. Pasaba horas acurrucado junto a él, ofreciéndole compañía constante.

Parecía entender cuándo el padre de Clara se sentía solo o triste y se acercaba poniendo su cabeza en su regazo y ofreciéndole una cálida presencia que no requería palabras.

Clara miraba la escena familiar y se dijo a si misma que no podía haber adoptado una decisión mejor.

Se acordó de aquello de la “amor a primera vista” con la que no se sentía demasiado de acuerdo hasta que sus hijos se quedaron petrificados ante un escaparate de una tienda de animales.

Nada más ver a su nuevo miembro de la familia sintió el impulso de llevárselo a casa. Un sueño que anhelaba desde hacía muchos años y que por fin se hizo realidad. Notaba día a día como crecían las buenas sensaciones en su hogar.

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